La Alhambra de Irving

Washingon Irving vivió por algún tiempo en la misma Alhambra, que entonces estaba habitada. Albergaba a una pintoresca tropa de gente media y modesta (…) Los hombres y las mujeres (…) son extraordinariamente felices (…) por gozar sin límites de las noches estrelladas o del canto de los pájaros, al alba. Y por sumar a estos regalos tan inocentes las fábulas mentidas, las fantásticas evocaciones de los días gloriosos del Alcázar.

Para poder comprender mejor la visión de Washington Irving tenemos que hablar de un suceso ocurrido en la Alhambra que siendo muy importante apenas se conoce: y es que esta ciudad palatina, tras la invasión napoleónica en el 1810, se convertiría en un barrio prácticamente marginal de la ciudad de Granada.

Irving nació en Nueva York en 1783 y podemos distinguir dos facetas diferentes de su persona: la de escritor y la de historiador. Como escritor es considerado un pionero de la literatura estadounidense aunque sus compatriotas lo tachaban de «europeo»; en cuanto a la figura de historiador, es obligado mencionar que es el prototipo de historiador romántico: alguien que mezlca historia y leyenda, dándole mucha más importancia a esta segunda.

Visitaría dos veces la ciudad de Granada, siendo la segunda cuando se aloja en la Alhambra. Al llegar, subiendo por la Cuesta de Gomérez y siendo la Puerta de la Justicia lo primero que vio, se encuentra con un curioso personaje, un alto y flacucho ganapán, con una raída capa de color castaño, que tenía por objeto, sin duda, el ocultar el andrajoso estado de su traje interior, llamado Mateo Jiménez. Le ofreció enseñarle el sitio, y aunque Irving se mostraba bastante reticiente porque no le gustaban aquellos oficiosos cicerones, finalmente aceptó tras explicarle Mateo que era hijo de la Alhambra y que conocía el lugar mejor que nadie.

Nos relata el mismo autor que si hubiese querido podría haberse alojado en el Palacio del Rey Chico (Boabdil) y que Dolores, otra hija de la Alhambra, le contaba que los reyes moros encerraban a las mujeres como si fuesen monjas. Irving conocería la Alhambra en compañía de estos hijos de la Alhambra, pero especialmente de la mano de Mateo, quien le contó historias como la de la mano y la llave, los murmullos que se escuchaban de noche en el Patio de los Leones (donde Irving desayunaba en algunas ocasiones), y las enemistades entre los abencerrajes y los zegríes y muchas otras. Fueron todas estas historias, transmitidas desde los tiempos del abuelo de Mateo, sumado al clima mediterráneo y la propia belleza del lugar, la inspiración para que Irving escribiese y posteriormente publicase su famoso Cuentos de la Alhambra.

Por lo tanto, lo que vemos reflejado en los cuentos de Irving es una Alhambra imaginada en tiempos pasados, orientalista, de sultanes y princesas con sus intrigas y luchas, y aderezada con esa mistificación de sus estancias.

Otro de los libros más famosos de Irving es La leyenda de Sleepy Hollow, que muchos/as conoceréis por la adaptación cinematográfica de Tim Burton. Pues bien, aunque éste libro es anterior a la visita del autor a Granada, ya era conocedor de algunas de las historias fantásticas que rondan por la ciudad. Os dejamos un breve fragmento de la leyenda nazarí de un andalusí llamado Tarfe:

«Cuando a las nueve del día / un moro se ha demostrado / Encima un caballo negro / de blancas manchas manchado (…) Garcilaso, aunque era mozo, / mostraba valor sobrado; / Dióle al moro una lanzada / por debajo del sobaco; / El moro cayera muerto, / tendido le había en el campo / Garcilaso con presteza, / del caballo se ha apeado; / Cortárale la cabeza / y en el arzón la ha colgado».